Trabajo como obrero y tengo que hacer mucho esfuerzo físico, no tengo buen cuerpo ni siquiera un buen rostro, aún así van varias mujeres que me graban trabajando o cuando estoy parado junto a ellas.
Al principio creí que era algo que hacian las más jóvenes pero después me percate que incluso las más maduras lo hacían.
Nunca pensé en lo grabé del asunto hasta que me percate que si alguna vez yo hacía algo parecido sería muy mal visto.
Me siento incómodo como si todas esperarán algo de mi y sino cumplo con sus expectativas las voy a desilucionar.
Yo no quiero tener está carga, vivo mi vida sin pensar en lo que la gente piense de mi pero es muy difícil cuando te graban y toman videos.
Mi madre dice que es por qué soy muy guapo y mi padre dice que debería de sentirme feliz por ser un cabron, pero no logran entender lo difícil que es ser alguien tan observado.
Me graban y toman fotos casi todos los días.
Yo sé que sueño exagerado y que soy marica por quejarme de estas cosas pero es HORRIBLE no poder hablar ni siquiera con mi jefa ya que ella también me ha tomado foto.
>>1
Te recomiendo que te concentres en tu actividad. En este momento, en el mundo occidental y cristiano, las mujeres pueden grabar a un hombre pero éste no puede hacer lo mismo sin ser visto de modo reprobatorio.
Mientras no te pellizquen las pompas o el bulto delantero, poco se puede hacer.
Si eres homosexual, la mirada femenina te resbalará. Si eres heterosexual, quizá al tener pareja te puedas conseguir una sortija para el dedo del corazón. No será garantía de que dejarán de grabarte, pero será un mensaje que algunas pocas podrán llegar a respetar...
Nunca estuve en tu situación, así que no sé muy bien qué otra cosa sugerir.
>>3
Nunca me pasaron a mí, pero cosas más raras se han visto.
Hay gente que tiene su cabeza tan hecha un lío que no puede percibir ni usufructuar su belleza física...
Un día estaba cargando un barril de 50 kilos de estopa de poder cuando mi jefa me sorprendió por atrás y me acarició la entrepierna. "Muéstrame tu tararira o te despido". Yo necesitaba el trabajo, pues debía alimentar a mis mascotas. Tulio, la iguana voladora; Johnny púas, el erizo picarón; Moncholo, el gato fumanchín. Entre ellos se comían mi magro sueldo.
Mi jefa me desvistió delante de unas nueve o diez ancianas lascivas que me fotografiaban con cámaras Leica de 1945, con película de esa que venía en rollo. También había unas niñas de corta edad, pero traté de no mirarlas porque me daba vergüenza la situación. Me ataron con cadenas, pero las rompí con mi super fuerza. Yo no quería ser tan fuerte, así que les revelé que si me cortaban el cabello y me dejaban de alimentar con espinacas, seguramente me debilitaría.
Hicieron caso omiso, me pusieron tónico Minoxidil estimulante drecimiento capilar mezclado con Viagra y me enterraron en el upite un dildo de espinaca ultracompactada.
Todas las personas de allí, incluidos tres hombres obesos y velludos cabalgaron sobre mí. Pedí que me venden los ojos. Fue lo único que me concedieron.
Al otro día fui a trabajar, temía que me despidieran, pero ahora trabajo en una oficina cargando resmas de papel, con un traje de látex muy ceñido mientras me lamen las axilas unas cosplayers de Sailor Moon.
Qué suerte la mía.
Mi vida era una simulación escrita por una inteligencia artificial. Era musculoso, sensual y feromónico para las mujeres. A la vez, era muy ingenuo como para beneficiarme de mis atractivas cualidades. Me interesaba que volviese a escucharse rock and roll de Elvis, pero las chicas sólo querían escuchar trap y me arrastraban a horrendos recitales donde me metían mano en mis partes delanteras, traseras (incluso prostáticas). Pero nada me excitaba menos que esa música carente de melodía y armonía. Para oír gritos en continuado me quedaba en mi casa, donde mis vecinos se robaban gallinas entre ellos y se disparaban. Eran inmortales, lo mismo que yo. Las balas rebotaban y dañaban a las muchas jóvenes que me seguían embelesadas por mi mucha facha. Pero el rock no volvía. En la radio ponían ochenta cumbias, ochenta veces la canción autotúnica de Chakira Casio Twingo y demás auspiciantes. A veces sonaban cinco segundos de un tema de Queen o de Axel Rose y sus Guns. Pero nada más.
Lloré, mandé cartas a la radio. Estaba harto de depender de you tube, que siempre me ponía publicidades de Marolio. El país se hundía, pero el rock no volvía. Hasta el tango tenía una emisora de su género. Pasaban tangos de Gardel, de Floreal Ruiz, de Julio Sosa. También tangos nuevos de agrupaciones que nacieron durante la pandemia. No había rock. Tenía unos vecinos que hacían punk-rock. Todos temas de dos y tres acordes. Re, Sol, La. Tónica, cuarta y quinta.
Empecé a tomar clases, la profesora se enamoró de mí e hicimos el amor a la manera de Kokún, no de forma violenta. "Te amo, pero con la guitarra sos horrible, nunca vi a alguien con menos rock que vos", me dijo. Lloré y lloré. La maté a golpes. Mi tristeza no se iba. No amaba a nadie, no quería nada. Nada que no sea la vuelta del rock. Pero nadie quería tocar conmigo. Todos usaban una inteligencia artificial para rapear con la voz del viejo de Alejo y Valentina, pero con auto-tune.
Quise morir, pero soy inmortal.
Pasaron millones de años. Sonaban sonidos de bacterias. Los inmortales debían cortarse la cabeza unos a otros y ser tocados por relámpagos vigorizantes que enviaban los dioses a sus payasos (así llamaban a los muñecos de carne-no-perecedera como yo). Simios parlantes que competíamos entre nuestra estirpe porque así apostaban por nosotros los moradores de los cielos, como los humanos apostaron por sus gallos).
Y ahora mi existencia era lastimosa. Era el único caminante bípedo. Las bacterias reproducían los ecos del trap.
Tengo una pichula que hace pi-pi-pi
y pa' tu novio una pitola que hace plo-plo-plo
Ya no podía evocar siquiera un estribillo del rock que tanto amé. Ni una canción de esclavos como Sloop John B, ni Anarchy in the U. K. Las bacterias reproducían las vibraciones más cloacales.
Lo hago sin condón
polque valgo un millón
Lloré de ira y mis lágrimas carecían de sal, las bacterias o algo más allá de mi comprensión escindieron el cloruro de sodio del planeta y se llevaron la sal de la vida.
Pasaron millones de años y se extinguió el sol. Pero la vida seguía. Los dioses se aburrían y conjuraban pavadas. Pavadas con vidas simples, hasta que se complejizaban y deseaban cosas que no necesitaban, como venenos para envenenarse y dineros para perder en las apuestas. Territorios y hembras para disputarse. Cosas. Ya saben. Lo de siempre.
Y entonces, otra vez yo, con un cuerpo fabuloso, con una tula que los hombres envidiaban y las mujeres relojeaban. Ellas codiciaban la fortuna de los hombres, puesto que el pene podía reemplazarse con cualquier dildo de cualquier materia. Volvía a usarse la madera, la cerámica, el vidrio, el cobre, el bronce, el acero inoxidable, el titanio... y sí, la gente con poder adquisitivo podía tener dildos de oro.
Pero yo tenía CARISMA o no sé qué tenía, y ellas me miraban como si acostándose conmigo y seduciéndome ellas alcanzarían la felicidad. Ellas y ellos. Nunca leyeron los pergaminos que yo leí, las incisiones cuneiformes en las cavernas donde los huesos del gran perro tricéfalo, en la entrada al inframundo griego: La belleza de las cosas sólo existe en la mente que las contempla.
Y mis contemplantes no leían con ojos pergaminos ni con las yemas de los dedos muros de cavernas donde los ojos no ven. En esta nueva encarnación del mundo, las luces se apagaron. Los pergaminos irradian un poco de luz, pero el único lector soy yo. La demás gente que me ve proyecta sobre mí sus fantasías eróticas, inconsciente de mi impotencia y desinterés. Mis dedos no pueden tocar la carne sin sentir dolor. Y al refugiarme en las catacumbas y tocar los muros, sólo siento placer.
¿Y qué hicieron las personas, para buscarme y manosearme?
Rompieron todas las cavernas a martillazos.
Manga de hijos e hijes de la gran pucha.
Así no se puede.
Buuu.