Clotilde tenía 40 años y pesadillas indecibles. Trabajaba como profesora de Castellano y literatura en una escuela, tocaba el bajo eléctrico en una banda de doom-metal alguna que otra vez (sólo tenían tres canciones y no había vocalista fijo -siempre era un hombre-). La canción más corta duraba diez minutos. Hicieron sólo tres fechas, en bares muy chicos. Nunca les terminó de convencer cómo sonaban, pero sólo fueron amigos y familiares. Suyos no, sus padres murieron en un confuso episodio. Eran adictos al paco.
Clotilde también pintaba algunas cosas, en general sobre chapadur y fibrofácil. Pinturas abstractas que unos amigos hippies y gays vendían en una feria. En esa feria barrial ella armó tres cuartas partes de su biblioteca. Muchas veces temió que la humedad o el fuego mordieran sus tesoros de papel. Hace poco se tatuó en su brazo izquierdo el lema "memento mori", sospechando que no podrá llevarse a la otra vida los libros, discos y amuletos que juntó en esta. Le preocupaba olvidar. Tras despertar, de sus sueños, de mundos intermitentes con moradores recurrentes, siempre olvidaba algo.
Algo valioso y temporal: relaciones. Entre sueños de continua desintegración tuvo novios y novias, hijos y nietos. Otros padres y duendes. Duendes: Su cruz. Durante mucho tiempo, el principal verdugo de Clotilde fue un bellaco truhan de escasa altura, vestido de verde y flema, de barba rala y naranja, llamado "Sergio Tenis". Era la peor escoria de los duendes. Violaba y mataba a sus congéneres y luego bailaba y cantaba sobre ellos. Un espectáculo horrendo.
Clotilde tuvo varios amigos en el reino de la noche, al que nunca quería entrar pero la somnolencia la demolía y la arrojaba allí. Los padecientes eran generosos y para protegerla, solían correr con la peor de las suertes. Ella huía dejando atrás seres que la querían y esos sacrificios eran parcialmente olvidados en la vida diurna.
Así murió Carlitos, un niño que fue convertido en pingüino por los duendes científicos. Fue faenado para el "Carnaval de los gnomos parrilleros".
{Continuará...}
También tuvo una amiga, Amanda.
En sueños, Amanda le enseñó escalas frigias en el bajo eléctrico. Con ella se dio su primer beso y ella le dijo que la amaba pero Clotilde no entendía esas palabras y no le pudo devolver ninguna reacción. Cuando las lágrimas caían de los ojos grandes y grises de Amanda, Clotilde seguía sin entender. Sin entender que Amanda entendió que Clotilde no la veía como una pareja. Luego Amanda fue convertida, en una saga posterior de sueños inconstantes, en un felino llamado "Felacio". Felacio la correteaba a Amanda como Pepe LePew correteaba a la gata Penélope. Clotilde se dejaba asediar, un poco porque no sentía amenaza de esa pelusa melosa y mimosa, sino una mezcla algo desmedida pero pura de deseo y amor. ¿Pero en qué cabeza cabe amar así a otra especie? (en las cabezas femeninas eso no pasa). Hay pornografía donde mujeres se involucran en actos zoofílicos, pero hay dinero de por medio. Producciones penosas encomendadas por hombres sucios para satisfacer el deseo de hombres torcidos.
{Continuará...}
Finalmente, cayó Sergio Tenis con Garompus, el ñomo travesti de pechos largos y pezones grandes y sangrantes y de la mano de ellos, Felacio fue destripado para confeccionar las cuerdas del contrabajo de la banda militar Los Duendes Granaderos. En la competencia musical, triunfó la banda de vientos de la otra facción del ente represor (Los Duendes Carabineros). La rivalidad entre los mismos no carecía de incidentes cuando se encontraban. Hubo un intercambio de disparos y murieron numerosos humanos. Ninguno de los que allí asistieron y perecieron le importaba a Clotilde, pues en un momento, antes de despertar, sintió la intuición de que esas gentes que murieron en la balacera eran un mero decorado, que eran muñecos llenos de algo, así como bolsas de porotos que al rajarse vuelcan su contenido por el tajo.
En cambio, donde estaba Felacio ahora había el cuerpo de una chica de rulos y ojos grises mirando la nada, el cuerpo abierto en canal, con un importante faltante: las tripas. A esta altura de los sueños, Clotilde ya no recordaba el nombre de Amanda, pero despertó llorando. Luego, más avanzada la vida diurna, hizo todo un poco automáticamente. Sentía una tristeza por algo que no podía precisar. Copiando y pegando contenidos anteriores, armó una clase virtual. No se conectó nadie. De treinta alumnos, le entregaron tres trabajos prácticos. Dos eran copia del primero. Los tres estaban mal. No le sorprendió. Tomó una taza de café. Ya no había azúcar. Dos tazas. Finalmente se acabó el café.
Puso música. Escuchó durante tres horas las mismas canciones. Spectre de Christian Death, Hounds Upon the Hare de Shadow Project, Non Grata de Lower Dens, Scratchcard Lanyard de Dry Cleaning, New Clear Twist de Minimal Compact, The Crying Game por Dub Mentor y Jil Caplan.
Pero de repente empezó a sonar Cyrano de Los Auténticos Decadentes. Luego la radio. El duende que había matado al presidente y tomado su lugar, fue depuesto por otro ñomo criminal. El nuevo decreto de necesidad y urgencia emitido: Todas las hembras humanas ahora eran propiedad de los duendes. Luego, el estreno del nuevo himno nacional: una cacofonía de risas estridentes. Cierto que iban a cambiar el himno.
Cuando Clotilde estaba despertando, creyó recordar haber tenido un novio, haberlo engañado con el hermano de aquel...
Despertó. Ya no sabía si venía de un sueño o del sueño dentro de otro sueño.
Y extrañaba a alguien pero no sabía a quién.
Y se le caían las lágrimas. No sabía por qué. Y le seguían cayendo.
Pasan unos meses. Pasan unos años. Mueren algunos amigos y algunos conocidos. Clotilde empieza a escribir por encargo. Un amigo de los pocos que le quedaban estaba muriendo de coronasida y le pidió ultimar una historieta de Gaturro. El tipo trabajaba en una oficina a la que se le delegaba el trabajo de completar guiones para medios gráficos y audiovisuales que por alguna razón quedaron truncos.
Clotilde odiaba al personaje: le parecía, para la infancia, la peor entrada posible al mundo del cómic latinoamericano. Además los duendes habían matado a Nik (creador de Gaturro) y generaban sus propias aventuras del mentado felino. Estas nuevas y apócrifas pillerías eran mejores (pero casi cualquier historieta también lo era).
Los maléficos gnomos también requisaron la propiedad intelectual de algunos otros personajes para ampliar la constelación de "monitos dibujados" y hacer crossovers.
A todo esto, los niños humanos, después de décadas de cuarentena sin clases presenciales, ya no aprendían nunca a leer, pero miraban los dibujos con interés. La ficción siempre impactaba de un modo u otro en la gente y los niños copiaban lo que veían.
Y lo que veían, a Clotilde le daba pena.
Y ella ahora era parte de eso.
{Continuará}
https://www.wattpad.com/story/267864301-aparece-un-gnomo-loco-llamado-sergio-tenis
Clotilde ya tiene cuarenta y cinco años. Muere esta mañana de coronasida cepa duende. Los duendes no contraían ni difundían la enfermedad, pero cuando una facción de los duendes carabineros deja de comer carne putrefacta en favor de una dieta vegana, todo colapsó.
Antes de morir sola en su casa, escupiendo una mezcla de sangre, flema y saliva, se sueña quinceañera, yendo con sus amigos puramente oníricos a un boliche gótico. Pasan música que en ese momento de su vida, parece gustarle. No siente que las letras sean profundas ni la música conmovedora, pero al menos es bailable y los sonidos graves, las líneas de bajo, tienen una relevancia que en otros géneros se diluye.
En la pista de baile la quieren besar, quieren bailar con ella. Le tocan el pelo. Por ello más de una vez se había rapado. Le frotan partes. No se podía quitar las partes. Las necesitaba.
No tiene dinero para tragos, nunca lo tuvo. Eran más imprescindibles los libros, los discos. Las cosas para dibujar, ahorrar para una cámara de fotos, para una guitarra, un bajo, un amplificador, un reproductor de música. No para alcohol bebido entre tontos manolarga. Tontos nocturnos la asediar invitándole tragos que ella no aceptará. Más de una chica terminó drogada y manoseada en un rincón del lúgubre lugar o de lugares aledaños. Promocionado como un refugio vampírico, el bar-pista de baile "Mórbido Letargo" es un antro sórdido como cualquier otro, decorado con dibujitos en las paredes. Calabazas ahuecadas, ataúdes, calaveras, murciélagos, velas. La única distinción, porque en boliches donde sonaban cumbias ocurrían las mismas turbias maniobras.
A penas llega y ya se quiere ir. Desearía no haber venido. Los dibujitos que decoraban el lugar no se mueven, pero quizá por el aire viajan sustancias embriagantes. Quizá le untaron burundanga en la piel. Sus amigos de entonces la escuchan y la auxilian a salir de allí. Sus piernas casi no la sostenían. Clotilde siempre tuvo la facultad de granjearse buenas amistades. Nunca duraderas, porque morían por el camino de un sueño al otro. No sólo en su vida despierta, sino de una temporada a la siguiente. Gente que podía contenerla en momentos angustiantes, nunca le faltó. También ella fue fiel, sabia para escuchar sin juzgar. A veces no sabía devolver los abrazos, pero se mantenía quieta y suave al recibirlos cuando venían sin aviso. Para ella había tensión, no sabía cómo querer ni cómo dejarse querer. Pero creía en que había que ser justa y recta. Esas personas, esos transeúntes, eran seres dolidos. La gente que siempre estaba acompañada, que era carismática no ejercía ningún magnetismo sobre Clotilde.
Ya en casa, su amiga de entonces le hizo un té (no había más café). Durmieron abrazadas, hablaron de sueños y viajes, y personas. Alguna deficiente descripción de una escena de película, algún diálogo de un libro que ya no tenían a mano, y se durmió primero una y luego la otra.
Y al despertar, todo esto había pasado.
Al despertar, Clotilde habrá dejado de existir.